De praderas verdes y llanuras
sólidas. De cumbres pardas y de escuetas siluetas, apostadas bajo las sombras
de los sauces.
Perdida en la inmensidad de un
lento y rítmico movimiento celestial, asomando su mirada destilada de marañas
absurdas referentes a la honestidad y la belleza, se esconde entre las luces y
se deja ver a medias por encima de los olivos.
Secreta, como los versos de los
libros que dicen la verdad… misteriosa, igual que la incesante marea que barre
sus márgenes sureños… volando por su cielo, brillantes y doradas como sus
cultos, amanecen cada día la esperanza, la voluntad y la fuerza, la belleza, la
humildad y la alegría, de la tierra de los valientes, Andalucía.
Contemplando su divina extensión,
su mirada vieja y arrugada desliza sus pupilas derramando su sangre a lo largo
de los surcos que quiebran su lisura, mientras pausada contempla el poder que
sus rincones encierran.
El silencio, que se apodera de
las estrechas calles que la recorren, marca sobre el suelo las huellas a fuego
de los que pasean por aquellas. La magia del viento, sintonizado con el otoño y
las hojas muertas, con el cabello largo suelto a la primavera, con el bochorno
del verano y con el frío helado del invierno, sacude los recuerdos y los lleva
a recorrer toda su superficie.
Su olor… sus perfumes cambiantes
con las estaciones se expanden y contraen a la par que los pulmones, al igual
que los bosques verdes que coronan sus abruptos picos de pureza y de vida.
Tierra de raza, de sentimiento,
de verdad. De luchadores y de bondad, de garra y desenfreno, de pasión y
arraigo puro. El fuego late bajo las tarimas, el albero se mezcla con el aire
al paso de los caballos.
Ai! Tierra judía, mora y
cristiana, tierra libre y presa de tu propio fruto, hija de la sal y de la luz,
madre de la poesía y de la blancura… sigue intransitable al paso del tiempo,
que el tiempo pasa por mi piel y me arranca de las venas el amor que por ti
tengo.
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