La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

jueves, 4 de noviembre de 2010

Silencio

Se oye el retumbar de mi respiración por todo mi cuerpo,

hastiado de resonar sin descanso el silencio en este caos opaco y ciego.


Escucho cada pestañeo, cada roce, cada movimiento. Lo escucho todo y oigo nada, el eco me lo impide, campa libre por mi maldita cabeza, demasiado pequeña, sobrepasada por una situación entretejida en el tiempo, maquetada lentamente en el espacio, fijada por algoritmos irracionales aferrados a mi sien, derretida de tanto latir.

Maldito silencio, maldita frialdad, maldita distancia! Maldita la voluntad, frágil, quebrantable, delicada y ahora rota, hecha jirones, absorbida por este silencio que quema mis neuronas, inherente en el vacío que envuelve a mi capacidad de reacción, adherido a las paredes de mi alma hueca, encerrado en la inmensidad del vacío que deja tu ausencia, esencia de mi locura, alimento de la decadencia de un cuerpo que ya no es mío.

Falta ruido. Todo está demasiado quieto, mustio, seco, quebrado… muerto. Y solo queda silencio mientras intento limpiar las heridas, un silencio que cae en cascada, noqueando la voluntad de volver a mirar hacia arriba, tapando de mi vista la luz, tapando de la tuya mi dolor.

Decían que los girasoles giraban buscando su sol, y yo me lo creía… sin pensar en qué hacían los pobres girasoles cuando el sol se iba a bailar con las estrellas y la luna cruzaba el cielo. Y ellos simplemente escuchaban el silencio. Nada más. Esperando a que su sol volviera a por ellos.

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