La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

jueves, 15 de diciembre de 2011

Cuarto Creciente

¿La cordura? Evitaré caer en su trampa y en su letal hastío... prefiero mi locura, peligrosa y traicionera, la que estimula mis neuronas y eriza mi piel, la que vuelca mi corazón y lo transforma en caldera, la que crece dentro de mi ser cuando cruzo mi mirada con la oscuridad de la noche reflejada en unos ojos en cuarto creciente, perpetuos y penetrantes. Me quedo con mi desorden, con mi ternura y con mis sueños. Me quedo con la suavidad, con la dulzura y con los momentos.



viernes, 4 de noviembre de 2011

Caprichos de las estrellas

¿Quieres que te cuente un secreto? A veces sueño que camino por un pasillo de paredes lisas y suaves, un pasillo ancho con suelo de mármol blanco, pulido, frío. Las paredes son continuas, armónicas, y el pasillo es tan largo que ni en una vida entera podría ser capaz de recorrerlo por completo. No hay bellas lámparas ni halógenos resplandecientes pero la blancura es brillante y hermosa, radiante de energía. No se oye nada salvo el roce de mis piernas al caminar y el choque de mis suelas contra el suelo, pero la suave caricia de mis zapatillas contra el mármol se reproduce una y otra vez en el eco de la galería.

Mis pasos avanzan tranquilos y relajados, alegres, hacia el fondo del pasillo, un fondo que emite esa luminosidad que baña de claridad los muros inquebrantables que se levantan por igual a mis lados, dejando espacio suficiente para que mi transcurso entre ellos resulte agradable. Es una luz inescrutable, que absorbe e hipnotiza embelesando a mis sentidos e incentivando mi curiosidad.

Mientras paseo por el corredor hipnótico de mis sueños concentro mi mente en captar todos y cada uno de los pormenores de mi entorno inmaculado, y guardo en mi rincón más profundo la frescura que acaricia mi piel a la par que la brisa remueve mi pelo, una brisa ecléctica y sin rumbo fijo, desconcertante en su esencia, procedencia y esplendor, pero equitativa y equilibrada, agraciada, serena y constante… disfruto de su presencia mientras inclino mi cuerpo hacia uno de los laterales, sin dejar de caminar, y alzo la punta de mis dedos para acariciar las paredes. Paseo mi tacto por su suave y uniforme acabado, tan liso y sedoso que siento como si acariciase a la propia brisa que me rodea… exento de rugosidad alguna, como si un torrente infinitamente potente de agua limpia hubiese paseado por su superficie tallando en ella un delicioso cosquilleo que se transmite por las yemas de mis dedos y envuelve toda mi piel, electrizando mis poros.

Extenuado por el cúmulo de sensaciones que me transmite tan absurda sencillez, mi sueño avanza mientras mi cuerpo levita más que anda a través del pasaje, enarbolando mis sentidos hasta llevarlos al éxtasis, inundando mi cuerpo de esperanza y paz, y acompañando a mis labios mientras se despliegan en una sonrisa sosegada y complacida.

Y así, envuelto por la belleza inconmensurable que habita en su claridad, en su sintonía, en su sencillez, me dejo llevar por su suave armonía y sigo caminando, saboreando con cada uno de mis poros, lenta y virtuosamente, las maravillas que se abren ante mi cuando mis párpados cansados se cierran y dejan a las estrellas inundar mi interior de luz y serenidad.

lunes, 24 de octubre de 2011

El Daño

Destrozar, apuñalar al corazón y sentir arder la sangre mientras se desliza por la empuñadura de la daga entre tus dedos, pasando a tus muñecas, mezclándose con el bello de tus brazos. Fijar la mirada en la palpitante herida de su flamante pecho, abierto en canal, despedazado con tus propias garras.

Rotos los tejidos arde entre tu poesía el verso incongruente de la deslumbrante despedida.

Inocente y virginal, ahogado en su delirio redundante, brecha destapada en su mirada perdida.

Dulce cuchillada arrancando el desgarrador alarido de la voz quebrada en su punto de partida.

La fuerza de lo que está prohibido, el devastador efecto de la superioridad inherente en la mano del que se sabe ganador de la jugada que nació muerta, la dulzura del asesino que envenena el adiós definitivo, el susurro del acero atravesando una a una las capas que protegen el corazón del necio ignorante que se atrevió a sentir como suya el alma libre del jinete lunático, despreciando la condena enhebrada en sus sempiternos senderos, del iluso que se encaprichó de los dones malditos del soñador sin luna.

Su amarga carcajada enfriando la consciencia del daño, increpando a su imperturbable soledad

El sabor de la apatía recorriendo apacible sus sentidos, aclimatando su enardecida crueldad

El grito, visceral, indescriptible en su espeluznante complejidad, mermando su voluntad

jueves, 13 de octubre de 2011

Mentes peligrosas

Hay demasiada gente con miedo en el mundo. Es la conclusión más certera a la que puedo llegar mientras mi desconcierto deja paso a un terrible deseo de empezar a correr y no parar hasta encontrarme en Indonesia.

No soy psicólogo, ni entiendo el funcionamiento de la mente y de las emociones. Tampoco tengo en mi haber nada que demuestre mi maestría a la hora de determinar lo que piensan los demás y el motivo del que deriva ese pensamiento ajeno. Pero, sin embargo, sí que sé lo que ocurre cuando la inmadurez, el miedo y las dudas se mezclan en una batidora emocional y se aprieta el botón de encendido. Y lo sé porque fui puta antes que fraile, porque más sabe el diablo por viejo que por diablo, o porque ya se han cruzado en mi camino varios torbellinos expedidos en el mismo perfil cerebral. El resultado siempre es el mismo, un agobio inconmensurable y completamente injustificado que barre de una sentada con lo que en sus inicios fue bonito, continuó por el camino de la indulgencia y acabó en portazo.

La inmadurez y el miedo siempre se toman de la mano. La inmadurez es el desconocimiento, y tememos lo que desconocemos. La vida no es ni buena ni mala, es justa, y nos da lo justo en el justo momento, ni más, ni menos. Maduramos conforme la vida nos va dando instantes, golpes, detalles, sonrisas, confidencias, lágrimas… y esa madurez ilumina los rincones ocultos del camino, un camino que tememos, un camino por el que avanzamos arrastrados por aquellos que nos quieren, acompañados por la silenciosa (y en ocasiones inestimable) soledad o unidos de la mano con alguien. Y a lo largo de ese camino la madurez elimina uno a uno todos los miedos que se cruzan por nuestro camino, mermándolos hasta convertirlos en meras inquietudes, inquietudes que se acercan a la impaciencia conforme el camino llega a su final.

Pero solo al final del camino alcanzamos la madurez completa y el miedo se desvanece. Mientras avanzamos, ese miedo destroza nuestras neuronas, obligándonos a pensar y dar mil vueltas a aquello que nos reconcome, aquello a lo que tememos. Y al pensar, comienzan a asaltarnos dudas, a veces procedentes, a veces infundadas, que no hacen más que incentivar al miedo y rechazar al objeto causante del mismo, que en la mayoría de los casos es el mismo que nos hace madurar.

Todo esto, sin embargo, no deja de ser una justificación de culpabilidad en el aspecto sentimental. Pues somos nosotros, nadie más, los que construimos nuestras relaciones, y los que decidimos si dejar pasar a alguien hasta el interior de nosotros o dejarle a las puertas. Y si alguien nos hace daño, la culpa es nuestra, por pardillos, por dejarnos conocer por alguien que no merece la pena, o que no ha madurado lo suficiente para darse cuenta de lo que tiene delante.

Solo el tiempo y la valentía son capaces de acabar con la inmadurez y el miedo. Solo la fuerza y la distancia pueden paliar los daños y barrer los escombros de una ilusión rota. Solo la energía de un nuevo amor es capaz de pegar los trozos e impulsar de nuevo la sangre al corazón. Solo el amor propio puede hacer que el nuevo amor se prolongue en el tiempo o termine sin causar destrozos irreversibles en nuestro interior.

martes, 27 de septiembre de 2011

Lo que no está escrito

Mira mis ojos fijamente. Centra tu mirada en la mía. Acaricia con tus pestañas el aire que roza las mías, siente mi respiración junto a la tuya y deja que tu mente se disperse. Cubre el paso que queda entre nosotros, dame la mano, acércate y deja que mis labios rocen los tuyos y recorran tu cuello.

He decidido teñir de fuerza mis miedos y de ganas mis derrotas. He abierto las verjas de mi abstracta personalidad para que tú puedas recorrer mis senderos, porque quiero que conozcas todos y cada uno de los recovecos que esconde mi pensamiento. Escucha mi voz, grábala en tu mente, pues esconde los secretos de las maravillas que mi mundo puede ofrecerte si aceptas el desafío de indagar en él.

Quiero entrar en tu cabeza y navegar por tus aguas, dar rienda suelta a las velas y flotar a la deriva en tu interior… quiero saber cuál es el secreto, qué es lo que hay dentro de ti que me atrae de esta manera tan irresistible. Enséñame todo lo que hay en ti, llévame de la mano.

Voy a recorrer cada milímetro de tu piel con la mía, voy a envolver tu cuerpo en el abrazo más dulce que te hayan dado jamás. Voy a estar horas enteras mirándote a los ojos sin pestañear... leyendo lo que no está escrito.

Seguidores