La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

jueves, 31 de marzo de 2011

La verdad

¿Quieres saber la verdad? La verdad es lo que todos saben, es el pilar del subconsciente, el terreno sobre el que se asienta todo aquello que introduces en tu cabeza. La verdad es la sensación que revuelve las entrañas sin previo aviso y sin motivo aparente, la parte del mundo que todos conocen y que nadie quiere conocer, el acorde desafinado que destroza los tímpanos desde dentro. La verdad es la punzada en el costado, el veneno que no recuerdas haber tomado pero que corrompe todos los muros que dispusiste perfecta y ordenadamente en tu cerebro para cubrirla.

La verdad… la verdad es el secreto peor guardado, la sorpresa que no levanta atónitas miradas a su alrededor, el acuerdo que acordamos olvidar. La verdad es el comienzo de la coherencia y el fin de la existencia, la molesta sensación de pesadez, la carta cerrada de la que siempre supiste el contenido, las palabras que se escuchan en los malos sueños, la condescendencia altruista y frívola que cada uno tiene consigo mismo.

¿Quieres saber la verdad? La verdad es que todos estamos completa e irrevocablemente locos.

lunes, 28 de marzo de 2011

Condenado por imbécil

Mi esperanza sucumbe lentamente ante la verdad que mis días desvelan. Mis sueños yacen todos rotos por el suelo, un pedazo aquí, otro allá… mis pasos se pierden en la inmensidad del silencio, pisan los retales de mi vida que han quedado repartidos por mi mundo, y yo escucho el eco de mis pisadas, estático, volcado en mi cama, sin ser capaz de moverme, sin ser consciente ni tan siquiera de qué soy. Mi sombra vuela por el techo de mi habitación, invitándome a seguirla, a alzar el vuelo y viajar con ella al país de nunca jamás. Observo vagamente su insistencia, ausente. No puedo ir con ella, es demasiado tarde. A oscurecido dentro de mí, ya no me quedan ganas de jugar con los cocodrilos, mi alma se ha arrugado y mi corazón se ha ennegrecido, y solo quiero estar aquí, con mi mirada perdida, percibiendo el apresurado paso del tiempo en silencio… dejarme llevar por él, que me acune y me llene de serenidad para aceptar que el veneno que corre por mis venas va tomando posesión de todo mi ser, desactivando el ínfimo positivismo del que hacía gala mi insulsa personalidad.

La frialdad que me envenena es tan corrosiva que cala hasta mis huesos y los deshace, entumeciendo mis músculos por el camino, instalando una valla eléctrica alrededor de mi mente que no deja ni sacar las dolorosas imágenes que hay en su interior, ni introducir nuevos y bellos conceptos e ideales. Estático, no dejo de sentir mi cerebro preso en su cárcel de alambre, derrotado, indolente, esperando simplemente la muerte lenta y dolorosa a la que ha sido condenado… la condena que pesa sobre mí por ser tan estúpido, por creer que el amor salvaría mi mundo de su abstracta existencia, que unos sentimientos tan puros como inexistentes darían sentido a la vida que me había tocado vivir, por esperar tanto de tantos y apostar todo a cambio de simples convicciones, por no redimirme y seguir creyendo en la posibilidad de llenar mi cama de caricias y complicidad, que han quedado reducidas a frío y silencio. Condenado por creer que existe algo más grande que la destrucción y el dolor, algo más poderoso que la soledad y que el odio, algo más fuerte que la hiel y más inmenso que la pena que en este momento corretea por mi interior. Condenado por apostar por los “Te Quiero” como armas de destrucción masiva, encarcelado por enarbolar el concepto del amor hasta los cielos y tomarlo por bandera. Condenado, a fin de cuentas, por seguir pensando que el amor es lo único que daría algo de color a mi vida en blanco y negro, por seguir creyendo en las personas, en su bondad, en su capacidad de amar. Condenado por imbécil.

Lo más triste de todo es sin duda que, si mis huesos no se fuesen a astillar si pusiese un pie en el suelo, me levantaría otra vez más, cogería mi bandera y volvería a la primera línea de batalla, enardeciendo a mis rivales con mi sensacional moral sobre el amor. Lo más ridículo es que, a las puertas de una muerte sentimental que viene sin querer, aún quedan dentro de mí esperanzas de encontrar lo que llevo toda mi vida buscando, de dar con esa persona que me vea en esta oscuridad y me saque volando de ella, que sepa lo que tiene delante y no lo deje escapar por miedo a entregarse, que se entregue y que me deje entregarme, que me quiera y que me deje quererle, que valore lo que estoy dispuesto a dar y lo que doy, y que lo agradezca dando aún más, que sea capaz de transmitirme seguridad, vitalidad, positivismo, que me haga perderme en sus palabras, que sea capaz de entender cada una de aquellas que no pronuncio… que me haga temblar con solo abrazarme, que me haga volar cuando me acaricie, que me haga sentir la pasión y su tornado de increíbles sensaciones. Lo más estúpido de todo es que, a pesar de que la frialdad va consumiendo cada uno de los recovecos de mi alma, aún queda una parte dentro de mí que sigue queriendo enamorarse más que ninguna otra cosa en este mundo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Luna Rota

Derramo mis pensamientos en palabras, y mis palabras se hacen eco de mis sentimientos, sentimientos atracados en un puerto envuelto en sequía, una sequía que cuartea mi piel y nubla los mismos pensamientos que la crean.

Ya no zarpan barcos hacia los arrecifes de coral. Ya no saltan los peces, jugueteando con las olas. No hay más algas en la orilla, ni más arena en la playa. Mi cuerpo ya no percibe el escalofrío que provocan las gotas de agua recorriendo mis vértebras, casi penetrando mi piel en su efímero cosquilleo. Mis labios han olvidado el sabor de la sal, y mi lengua ya sólo tolera el amargo sabor de la bilis paseando a sus anchas por mi esófago.

Ya no bailo con mis recuerdos a la luz de mi luna, porque sus manos se han convertido en cuchillos afilados que cruzan mis muñecas cortando mis venas. Ya no danzo con mi memoria alrededor de los reflejos de su luz, porque mi luna se está apagando y se adormece abruptamente dejándome a oscuras con todo aquello que construí a base de arena y agua.

La oscuridad que mi luna deja en este mundo al desvanecerse silenciosamente arranca todo lo que encuentra a su paso, devorando mi cerebro como aperitivo. Llévate mis ojos, maldita… desde que mi luna dejo de alumbrarme no me sirven para nada… llévate mi voz, ya no la quiero, no hay nada más que decir, hace demasiado tiempo que quebró de tanto gritar. Llévate todo el amor que estuve dispuesto a dar, nadie lo quiso y yo me cansé de regalarlo… llévate mi cuerpo, llévate mis manos… ya no puedo acariciar a mi luna mientras el sol duerme, te has encargado de romperla y maltratarla.

Llévatelo todo, perversa oscuridad… déjame solo con mi odio, deja que él se encargue de absorberme lentamente. Llévate todo lo que ya no soy capaz de vislumbrar, mi luna se está partiendo por la mitad, su luz se apaga y sólo quiero odiarla por dejarse matar por ti, por rendirse, por no plantarte cara. Vete de una vez con todo lo que tengo… deja que el odio me consuma.

domingo, 13 de marzo de 2011

Libélula

Inconsciente. Rodando alrededor de un mundo y una vida que no se dejan comprender, luzco la más ridícula de las sonrisas en un esfuerzo por hacer ver que sigo perteneciendo a todo este cúmulo de sinrazones. Doy vueltas y cuento los días, avanzo, voy y vengo, repesco del pasado conceptos que en su momento deseché y consideré estúpidos, para traerlos a mi puzle e intentar hacer que encajen a la fuerza en los huecos que me quedan para completarlo.

Estático. Mantengo mi cuerpo rígido y mi mente en pausa, dejo que el tiempo pase y que las libélulas se posen sobre la punta de mi nariz, que la hierba bajo mi espalda se seque y deje paso a la aspereza de la tierra. Hago lo posible por extraer de mi alma toda sensación, bloqueo los sentimientos y simplemente dejo de ser para estar, dejo de andar para dormir, dejo de creer para aceptar, dejo de vivir para observar. Estoy. Estoy. Estoy.

Ausente. Observo absorto los movimientos de las alas de la libélula, que llegan ralentizados a mi cerebro, percibo perfectamente el equilibrio que la naturaleza ha forjado en su cuerpo, me dejo maravillar por su vivo color purpúreo, y me evado del mundo, mientras él grita desgarrando sus entrañas a tres milímetros de mi oído.

viernes, 4 de marzo de 2011

Armonía

Todo se oscurece suavemente. La luz va dejando paso a las sombras mientras avanzo sin prisa por las calles de mi cerebro. Y en estas sombras la música hace acto de presencia, encendiendo cada célula de mi cuerpo, empujando cada centímetro de mi piel a moverse al ritmo de los acordes, de los tempos, de las voces.

Todo se oscurece lentamente. Y en mi interior la música sigue sonando, cada vez con más potencia. Dejo a mi cabeza volar libre, y los sonidos relajan mis neuronas, masajean mis sienes evacuando mi cuerpo de toda tensión. Y, simplemente, me dejo llevar y comienzo a bailar.

Todo mi cuerpo vibra, se contonea como lo hacen las notas en un pentagrama, me enredo entre las líneas que pintan los arpegios en el aire y floto a través las dulces melodías y las mansas voces. Abro mis alas y vuelo al compás de las cuerdas de mi guitarra, alzo mi voz y comienzo a rodear con ella los hilos que marcan el ritmo de mi ecléctica danza.

Todo se oscurece, simplemente, y mi corazón brilla a luz de la luna mientras paseo por mis calles sacando a bailar a mis recuerdos.

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