La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

domingo, 13 de marzo de 2011

Libélula

Inconsciente. Rodando alrededor de un mundo y una vida que no se dejan comprender, luzco la más ridícula de las sonrisas en un esfuerzo por hacer ver que sigo perteneciendo a todo este cúmulo de sinrazones. Doy vueltas y cuento los días, avanzo, voy y vengo, repesco del pasado conceptos que en su momento deseché y consideré estúpidos, para traerlos a mi puzle e intentar hacer que encajen a la fuerza en los huecos que me quedan para completarlo.

Estático. Mantengo mi cuerpo rígido y mi mente en pausa, dejo que el tiempo pase y que las libélulas se posen sobre la punta de mi nariz, que la hierba bajo mi espalda se seque y deje paso a la aspereza de la tierra. Hago lo posible por extraer de mi alma toda sensación, bloqueo los sentimientos y simplemente dejo de ser para estar, dejo de andar para dormir, dejo de creer para aceptar, dejo de vivir para observar. Estoy. Estoy. Estoy.

Ausente. Observo absorto los movimientos de las alas de la libélula, que llegan ralentizados a mi cerebro, percibo perfectamente el equilibrio que la naturaleza ha forjado en su cuerpo, me dejo maravillar por su vivo color purpúreo, y me evado del mundo, mientras él grita desgarrando sus entrañas a tres milímetros de mi oído.

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