La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

miércoles, 31 de agosto de 2011

El corazón desnudo de un jinete lunático

Cabalga deprisa, huyendo de sus propias huellas. Corre por el camino que le vio partir, andando de nuevo el sendero tantas veces recorrido, escapando de las tormentas y esquivando los vendavales. Su mirada se entristece, pero sus pasos toman fuerza mientras apura la noche para pasar inadvertido.

Mira hacia atrás… no hay retorno, existe una única dirección… seguir, terminar con esa ambiciosa galopada que le comprime los pulmones y le golpea el cerebro. Continuar, aceptar lo que ya no se puede cambiar y buscar lo que queda de él bajo todas las heridas que han derramado su sangre por los arroyos del alma.

Asume lentamente el vacío que dejó su marchita inocencia, contempla con añoranza su pasado y observa los añicos de su idealismo esparcidos por la tierra ocre mientras abraza a la oscuridad y cubre su cuerpo desnudo con el manto azabache de la Dama Negra.

Da la espalda a sus latidos indolentes mientras elige a su nuevo objetivo, al dueño de esa alma que será contaminada de negrura y saciada con su propia rendición… y se entrega a él, prisionero de las alas del deseo, que le proporcionan un atajo en su arduo camino hacia ninguna parte. Sus encantos se despliegan como la cola del pavo real, y el roce de su piel nubla las mentes, invocando a la pasión en su imagen más primitiva, acelerando la respiración de su víctima mientras sus cuerpos se enredan y conducen sus sentidos al delirio hasta llegar al éxtasis.

Y así, noche tras noche, el jinete envenena las almas de aquellos a los que se encuentra en el camino, uno tras otro… aligerando por unas horas el peso que sus hombros soportan tras una inocencia asesinada por un corazón cansado de buscar aquello que no existe. O aquello que perdió. Rescata hojas de menta de la orilla del sendero para disimular el amargo sabor de la hiel que corre por su boca, cabalga dejando pasar las horas, disimula las lágrimas con lluvia y presiona fuertemente su pecho, haciendo lo imposible porque su corazón deje de sangrar.

Sin embargo… cuando las tupidas arboledas clarean y dejan a la luz asomarse a través del entresijo de ramas de hiedra, el jinete para en seco y, asomándose por las rendijas que dejan las enredaderas, se enfrenta a la luna y la tienta a encontrar para él a aquel capaz de devolverle la vida a su inerte inocencia y de hacer su corazón volcar, de desnudar su cuerpo de su capa impenetrable y de expulsar de su alma las sombras que se retuercen en su interior desvelando sus sueños.

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