La oscuridad no se ilumina, se desnuda lenta y deliciosamente con la punta de los dedos, se alumbra con una sonrisa indolente, inesperada y sincera, se rompe la penumbra con las luces de nuestros propios latidos, se descubre el camino a medida que nuestros pasos, nuestros triunfos y nuestras derrotas despejan las sombras.
Luis

viernes, 29 de abril de 2011

Trincheras en el cambio

Deslizándose suavemente por la piel, amonestando a tu aberrante moralidad, extrema consideración aislada en la propia inexistencia… el impío deseo de poseer lo que ya no te pertenece cala hasta dentro del impotente endoesqueleto del alma que se comprime dentro de tu pecho, emponzoñando los susurros que circulan a su libre albedrío en su interior, redecorando en un suspiro los recovecos más recónditos de tu inestimable integridad, absorbiendo sibilinamente las minucias del que podría haber sido tu idílico paseo por un mundo que no se deja comprender.

La magia quiebra sus artimañas dejando paso a una realidad destructiva y demoledora, que sacrifica sin piedad todas tus buenas palabras, desmembrando tu confianza en ínfimas fracciones sin sentido ni motivación alguna. El abismo te lleva consigo y enmudece todo lo que toca, incluyendo todas esas ridículas pautas que estableciste seguir a pie juntillas a lo largo de tus días, descuadrando tus ideas y reordenando tus sentidos…

Tu vista, cansada de tanto mirar alrededor y ver tan solo rincones estremecedoramente incoherentes, cierra sus ventanas y vuelca sus divanes, atrincherándose en lo único que sabe con certeza que no puede cambiar… no pueden cambiar las sombras, porque vuelan más rápido que los deseos… no pueden cambiar los latidos, porque su frecuencia solo puede seguir o parar, y su parada no es visible… no pueden cambiar los despertares, porque sin su luz el mundo quedaría sumido en un eterno sueño gris… no pueden cambiar las sonrisas, porque si se desvanecen también lo hacen las de los que creen en ellas… y no puede cambiar la dulzura, porque es la poesía que escribe tu alma para amansar las penas que surcan su piel.

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